Solo unos pocos sonidos en la ruta del Silencio

11 de octubre de 2020

Yo tengo que reconocer que cuando voy a la montaña siempre prefiero subir picos, aunque sean «tachuelinas», ¡me encanta! Pero hay algunas rutas de montaña que me seducen nada más empezar a caminar y este es el caso de la ruta del Silencio, en Villanueva de Oscos.

Ama y yo estábamos pasando el fin de semana en Tapia y aunque el tiempo andaba un poco revuelto, las previsiones en los Oscos eran mejores, así que decidimos hacer esta preciosa ruta.

Este es el mapa de la ruta

Salimos de casa un poco tarde y además, nos despistamos en el último tramo antes de llegar a San Cristobo (ay, no me quiero acordar de la carretera por la que metimos el coche…), así que eran las 12 de la mañana cuando llegamos al pueblo. Un vecino nos indicó un lugar para aparcar pues no hay mucho sitio y ya había algunos coches.

El pueblo de San Cristobo es muy bonito, con la arquitectura típica de casonas de piedra de esta zona y muy cuidado. Parece que los vecinos han hecho una gran labor de restauración aquí, pese a que en el pueblo no vive nadie de forma permanente.

Ermita de San Cristobo

Atravesamos la pequeña plaza del pueblo y nos dirigimos a la ermita de San Cristobo, preciosa. Justo a su lado sigue un camino que nos llevará sin pérdida a través de un magnífico bosque de castaños y robles, todo ello en sentido descendente. Hay que bajar con cuidado porque el suelo es pizarroso y es fácil resbalar. Sobre todo yo, que voy mirando para todos los lados, menos para el suelo… Y es que no sé dónde detener la mirada: si en el grueso tronco de un árbol cubierto de musgo y líquenes, en las caprichosas formas de las ramas de otro árbol un poco más allá o en los muros de piedra cubiertos de musgo. Buf, tendremos que avanzar un poco más rápido porque como sigamos haciendo fotos a todo y contemplándolo todo, hoy no llegamos con luz.

Así se presentaba el bosque – Foto Ama

La ruta es muy solitaria, pero en esta parte del camino nos encontramos con una persona que parecía que venía haciendo la ruta en sentido contrario e iba acompañada de los tres perros del pueblo. Según había leído, estos perros tienen la costumbre de hacer la ruta circular completa con los montañeros. Yo ya estaba mentalizada para ello, pero parece que esta vez hemos librado.

El camino está húmedo por la frondosidad del bosque, pero también porque por todos lados surgen pequeños cursos de agua, «regos» o arroyos, que van desembocando unos en otros y convierten esta parte de la ruta en un delicioso entorno natural.

En ocasiones hay que cruzar los pequeños arroyos, muchas veces pisando piedras y otras por un puente, como el puente de piedra que cruza el arroyo de la Bobia.

Puente sobre el arroyo de la Bobia – Foto Ama

Una vez que atravesamos este puente, el camino comienza a avanzar en sentido ascendente y paralelo al río, siempre por el bosque. Este tramo es especialmente bonito porque el silencio de esta ruta se transforma aquí en el rumor de los pequeños saltos de agua del río, en el piar de multitud de pájaros y en el sonido de nuestras pisadas. En un momento dado el río se encajona de forma muy llamativa y forma un pequeño cañón precioso.

El río forma un estrecho cañón – Foto Ama

Y luego está el bosque, que es una maravilla. Hoy, ya se aprecia el otoño en el manto de hojas doradas que cubren el suelo, pero hay mucho más: erizos de castañas por todos los lados, madroños con frutas en las ramas y en el suelo, setas de todos los colores, brezo en flor, tojos con flores amarillas…

Maravillas del bosque – Fotos Ama y Elena

También hay corras a cada paso, que son pequeños cercados de piedra en forma circular que se utilizaban para guardar las castañas. Con esas piedras llenas de musgo y rodeadas de árboles que hacen todas las formas imaginables con sus troncos y con sus ramas, parece que estás en decorado de un cuento.

Y las corras se diseminan por todo el bosque – Foto Ama

El sendero que atraviesa el bosque pasa por delante de las ruinas de un molino y continúa hasta llegar al pueblo abandonado y muy derruido de Mourelle. Merece la pena parar un rato aquí para contemplar detenidamente esta naturaleza que aquí se muestra tan exuberante.

El pueblo abandonado de Mourelle y las vistas – Foto Ama

Desde Mourelle sale una pista bastante ancha que sube ligeramente y hace algunos zigzags bastante marcados. A medida que avanzábamos por esta pista, comenzamos a oír una especie de ladridos continuos, muy intensos, como si hubiera muchísimos perros cerca. Pero es extraño, pues no hay ningún pueblo cercano y en San Cristobo, que ya está lejos solo estaban los tres perros de los que hablaba antes, muy tranquilos. Seguimos avanzando, Ama iba unos metros por delante de mí y de repente, veo que pasa un animal un poco por delante de él, con una ligereza y una sutileza increíbles. Ama estaba distraído buscando algo en el móvil y no se dio cuenta. El caso es que esa especie de perro que vi claramente desapareció como por encanto en la frondosidad y no lo volví a ver…

Le dije a Ama que había visto un animal, como un perro, y ni yo ni él dijimos nada más, pero ambos sabíamos ahora que aquellos ladridos-aullidos eran de lobos, como lobo era el animal que había visto. Jaja, la gracia es que antes de hacer esta ruta, Ama me había dicho que sus abuelos siempre decían que esta zona de Villanueva era tierra de lobos… él venía sobre aviso y yo no me lo había creído. Luego, cuando llegué a casa y vi sobre el mapa la ruta que habíamos seguido, me di cuenta que el valle frondoso en el que estaban los cánidos se llama valle del Lobo. ¡Por algo será!

Y bueno, los dos, sin comentar absolutamente nada sobre nuestros pensamientos, seguimos avanzando a paso ligero por la pista. Cuando esta se vuelve a hacer sendero, estamos ya en las inmediaciones de la braña Balongo, totalmente derruida y con unas vistas muy bonitas. Desde aquí, se encuentra supuestamente el acceso al pico Balongo, que es un mirador un poco elevado, pero no encontramos el paso. No obstante, no importa demasiado porque un poco más adelante, hay otra pequeña elevación con vistas espléndidas.

Vistas desde braña Balongo , el valle tierra de lobos – Foto Ama

Ahora continuamos por una pista que a veces se hace camino y a veces se hace sendero, con tendencia bastante llana y con vistas espléndidas. Seguimos atravesando pequeños arroyos, como el rego do Calvario y algo más adelante el rego de Brusquete que vierte en el primero para hacerlo después en el arroyo de la Bobia.

En este tramo, nos encontramos con una pareja que estaba haciendo también la ruta… bueno, fue una alegría porque íbamos un poco tensos con el tema de los lobos, jaja.

Estamos a punto de llegar a otro punto interesante de la ruta, que es el pueblo abandonado de Brusquete. Un poco antes, dejamos a la derecha una pista que llega hasta la sierra de la Bobia y es el punto de acceso rodado (con todoterreno, claro) a este lugar. Desde aquí se ven claramente las aspas de los molinos eólicos que están colocadas a lo largo de esta sierra: no solo se ven, también se oyen.

El pueblo abandonado de Brusquete – Foto Ama

Las casas abandonadas de Brusquete se ven a la izquierda en medio de una bonita pradería y no entramos porque hay un cartel que advierte que hay una explotación apícola. Y con tan buena suerte que estaba allí el dueño y lo saludamos. Yo le dije que había visto un «trobo» y entonces nos dijo que tenía muchos más y nos preguntó si queríamos ver las colmenas. ¡Qué biennn! Así que fuimos hasta el lugar en el que estaban, se paró un poco antes y yo le pregunté si no podíamos pasar por delante, (Ama me dijo luego que no daba crédito, jjaja). El señor me miró un poco raro y me dijo… bueno, si quieres: a mí no me hacen nada. Y pasamos por delante de ellas y allí tuvimos la oportunidad de ver cómo entraban y salían continuamente de las colmenas. Tenía algunos viejos trobos en uso y el resto eran colmenas movilistas. Nos explicó muchas cosas sobre la capacidad de producción de la miel, de las crías, de cómo reducían en invierno el espacio del interior de las colmenas para que las abejas no se murieran de frío… y muchas cosas más. También nos enseño unos trobos que había destrozado un oso.

Colmenas de Brusquete

Al hablar del oso, me acordé del lobo jajaja y le dije: creo que he visto un lobo. Y él me dijo: claro, seguro, está lleno de ellos, pero no hacen nada…

Y después de este agradable rato de conversación, proseguimos camino, ahora conscientes los dos de la presencia de los cánidos en la zona. Y todavía no habíamos comido. Ay, qué gracia, paramos a comer algo en el medio mismo del camino, con los aullidos como música de fondo. Yo me senté en una piedra, pero Ama se quedó de pie, oteando el horizonte, por si acaso… ¡y a comer rapidito! que además se nos alejaban los otros dos montañeros, jaja.

Nos vamos hacia el bosque de pinos – Foto Ama

Con la comida sin tragar del todo, emprendimos camino de nuevo, y a buen paso :))). Poco a poco la pista se va estrechando y se va convirtiendo en un precioso sendero que esta vez se adentra en un magnífico bosque de pinos. Todavía seguimos subiendo ligeramente y llegamos pronto al que sería el punto más alto de la ruta. Aquí comienza un descenso muy pronunciado, por un terreno un poco resbaladizo que confirma la necesidad de llevar un buen calzado para hacer esta ruta y la conveniencia de los bastones.

La bajada ahora es muy pronunciada – Foto Ama

Para facilitar el descenso, han tallado algunos peldaños con troncos y en algunos puntos hay una cuerda en el lateral que se puede utilizar como pasamanos. El paisaje de pinos va dando paso de nuevo a un bosque de robles y castaños, espectacular.

Llegamos pronto a un punto en el que hay una indicación para ir a la cueva de los maquis, donde parece que se refugiaron algunos vecinos de la zona en la época franquista, entre ellos la persona que ayudó posteriormente a recuperar esta preciosa ruta. No obstante, en el propio cartel está escrito que el acceso no está recomendado, pues parece ser que no es fácil de encontrar y el camino está bastante cerrado.

Así que continuamos sin tomar la desviación, todavía en descenso hasta llegar a un pequeño desvío a mano derecha que nos conducirá por un sendero intrincado, en ligero ascenso, hasta la bonita cascada del Celón. Es un salto de agua de unos 50 m que hace el arroyo La Carriza, que parece que baja de la montaña jugando, antes de juntarse con la rega do Calvario y acabar en el arroyo la Bobia, el curso de agua principal de la zona. Sin duda, merece la pena desviarse para conocer esta cascada, pues es un lugar encantador.

Cascada del Celón – Foto Ama

Estuvimos aquí un rato, acercándonos lo más posible a la cascada y haciendo muchas fotos. Y luego deshicimos el camino andado, para retomar el sendero en pendiente por el que estábamos bajando. Este sigue en descenso hasta llegar al nivel del río, primero a La Carriza que hay que atravesar por un puente y luego a la Bobia, que también hay que atravesar. Y justo aquí, se toma la desviación que nos llevará a la cascada del Picón.

Cascada del Picón

El sendero hasta esta segunda cascada discurre paralelo al arroyo la Bobia, atravesando un precioso bosque de robles. En algunos tramos es un poco resbaladizo, por lo que aquí nos encontramos con unas personas que habían dado la vuelta antes de llegar a la cascada. Pero, bueno, con un poco de cuidado se llega sin problema. Aquí es el arroyo la Bobia el que se precipita y cae unos 60 metros para luego retomar su curso y proseguir tranquilo. Es muy bonita esta cascada y muy bonito el camino que llega hasta ella. Encontramos por aquí setas de todos los colores :).

Setas de todos los tipos y colores

Y ahora sí, damos la vuelta y llegamos al camino que nos llevará hasta San Cristobo. Y claro, todo lo que habíamos bajado, tenemos que subirlo ahora. Pero, ¡es tan bonito! que ni cuesta subir. Seguimos caminando por un sendero trazado por el medio del bosque, atravesando una y otra vez regos que surgen por todas partes.

Y estas son las vistas cuando salimos del bosque – foto Ama

En un momento dado, salimos del bosque y continuamos por un camino encantador, ahora ya con menos pendiente, tapizado de brezo y retama en flor y con vistas al valle y a la sierra de la Bobia.

Y este el camino cubierto de brezo – Foto Ama

Y pronto, avistamos el pueblo de San Cristobo que visto desde aquí es todavía más bonito. Ya estamos muy cerca, el camino está claro y enseguida entramos en la aldea por su acceso rodado, justo en el extremo opuesto por el que habíamos salido.

Estamos ya al lado del pueblo – Foto Ama

Al llegar, nos fijamos en el cartel descriptivo de la ruta que indica que es de alta dificultad. Bueno, yo diría que difícil no es, pero sí que es preciso estar acostumbrado a moverse por terrenos que no siempre son cómodos. Eso sí, la ruta es muy bonita, a nosotros nos encantó.

Y nada, ahora solo nos queda volver a Tapia para rematar la jornada.

Haciendo clic en el botón de abajo se puede descargar el track de la ruta.

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